Home Artists Posts Import Register

Content

El pasado julio escribí un texto con diez juegos de mesa que recomiendo basándome en una listade lo que voy jugando a lo largo del año y, como expliqué ahí, tengo listas para todo. Aquíestá mi lista de películas e, igual que dije entonces, siento que 280 caracteres no dan para demasiado; peor aún, siento que mi cabeza funciona según esquemas cada vez más simples. Me veo reducido a una serie de soundbitesy opiniones cortas y, por irónico que suene para alguien que acostumbra a subir vídeos de más de 45 minutos, me veo cada día un poco más simple, más torpe, más lelo, necio, limitado a la hora de escribir y describir y expresar.

Como decía, tengo una lista sobre las películas que voy viendo y, como prometí en julio, aquí tenéis diez películas que selecciono entre las primeras cincuenta. Mientras que con los juegos de mesa voy relativamente despacio – hace poco llegué a 48 este año – estoy retomando el ritmo con el cine y las series y ya llevo 72, que sigue siendo menos de lo que me gustaría pero significa que antes de que acabe el año tendréis otras diez recomendaciones. Esta primera selección se fija en las 50 primeras de la susodicha lista, así que vamos al lío:

BABYLON– No pasa todos los días que uno va a ver una película y se siente Scorsese diciendo aquello de “madre mía, es cine”. A mí me pasa menos aún porque soy un amargado, pero cuando vas a ver Babylon, pues sí, estás viendo Cine, así, pum, con mayúsculas. Y no sólo estás viendo Cine porque es un peliculón como una catedral, sino que ves su Historia: este es un relato sobre el séptimo arte a principios de siglo que se fija en lo estrafalario de aquellos días y lo surreal de las personas que dieron vida al entretenimiento de millones. Tampoco voy a fingir que Damien Chazelle haya inventado la rueda: esto de el cine a través del cine lo hace todo el mundo y, hace no tanto, Tarantino lo bordaba con Érase una vez… en Hollywood, pero mientras que aquella cinta era un relato sobre el poder transformador de la pantalla, cómo transforma a la gente, cómo transforma nuestra percepción de la Historia, cómo a través de la ficción podemos transformar el mundo mismo, Babylon va sobre la jaula de grillos de ese Hollywood que daba sus primeros pasos.

Babylones tan buena que estoy dispuesto a perdonar mucho, y hay mucho que perdonar: Chazelle, quien honestamente creo que todavía sigue debatiéndose con qué quería decir con el final de Whiplash, mira a sus personajes y sus barbaridades con una sonrisa, como si nos contara la historia de aquella vez en la que Kubrick destruyó emocionalmente a Shelley Duval durante el rodaje de El Resplandor esperando que dijéramos “puto Kubrick, menudo genio”. El racismo, el sexismo y la explotación laboral no son males sino sabores que adornan sus escenas, porque cuando los ejecutivos se ponen serios y tratan a los afroamericanos como ciudadanos de segunda clase con comentarios hirientes y el desprecio de quien se cree mejor, el verdadero problema es que las cosas no son como eran, cuando todo era risas, champán y prostitutas muertas. La decadencia babilónica de aquellas fiestas de exceso son el punto de referencia, el “menudos días aquellos”, y cuando un elefante se caga encima de los trabajadores debemos reír y pensar “qué locos están estos romanos”. Chazelle ve a un ayudante de producción preparar a todo un cast de vagabundos a punta de pistola casi con añoranza, como si deseara que los derechos de los trabajadores y esos malditos sindicatos no se interpusieran entre él y sus peleas hiperrealistas donde la gente realmente muere.

La cuestión, que Babylon es problemática.

Pero, a la vez, Babylon es eléctrica. No: es electricidad pura, es energía, es arrojo y pasión y fuerza en cada sílaba, una película donde parece que a todo el mundo le dieron la oportunidad de cumplir su sueño porque esto es lo que querían hacer y aquí es donde querían estar. Sí, lo que estamos viendo es absolutamente aborrecible, pero joder, es que está tan bien hecho que te ríes y le sigues el juego. Son tres horas que se pasan en un suspiro y cada escena crece y crece y es mejor que la anterior; me siento como el que escribía aquel análisis de Halopara EDGE donde le cascaron un diez, porque ¿con qué me quedo? ¿Qué escena encapsula esta película? ¿Cómo reducirla a un momento? Es imposible. Babylonhay que verlo. Hay que vivirlo. Y a una película que lo hace todo tan bien y me hace pasar un buen rato estoy dispuesto a perdonarle cualquier cosa.

ZOOLANDER– Y hablando de películas buenas a las que le perdono de todo, aquí tenemos la otra cara de la moneda. Llevaba años queriendo ver Zoolander, al principio porque le tengo cariño a Ben Stiller como director, después porque decían que era una chorrada divertida. Y la vi. Y es una chorrada.

No recomiendo Zoolander por buena sino por pintoresca. Es más un ejercicio o deberes de bagaje cultural: la mitad de los chistes han envejecido fatal y la otra mitad no hacen tanta gracia. Sí, lo pillamos, Zoolander es afeminado. Sí, culos y tetas. Pantalones y licra. Sí. Ajá.

Sin embargo, hay unos pocos momentos en los que todo conecta y el reloj roto de Zoolanderno sólo da la hora sino que la anuncia como si fuera Su Majestad haciendo acto de presencia. Zoolander va sobre un modelo que se ve envuelto en una conspiración del mundo de la moda que pasa por arrancarle la cabeza al primer ministro de Malasia de una patada. Exacto. La inteligencia y el sentido común son sombras proyectadas en la pared de la cueva que forma las vidas de sus personajes, y da igual que aquí nadie piense antes de hablar, porque esos pensamientos tampoco son para tanto. Los mejores momentos de Zoolanderllegan cuando la tontería no es el foco sino el ambiente, cuando Stiller deja que sus personajes actúen como si recibir un descafeinado en vez de un chai latte fuera la mayor catástrofe de sus vidas, cuando la cámara no insiste en la estupidez de estos sujetos sino que les deja a ellos mismos expresarse para que veamos que esta gente no tiene filtro ni límites ni comprensión lectora.

Zoolander, en resumen, funciona como los memes: mejor servida en gifs y clips cortos para destacar sus mejores momentos que en una secuencia de escenas hiladas por un guion, una recopilación de gags para decir “sí soy” o “yo entrando al restaurante después de cobrar”. Lo más probable es que la veas con la misma cara que pone Oppenheimer cuando piensa en los horrores de la bomba atómica, pero en los pocos momentos en los que esta película logra hacer clicksurge algo especial, y esa estupidez, esas vibes, merecen ser vistas.

EL EJÉRCITO DE LAS TINIEBLAS – Antes de nada, sí, he visto las dos primeras películas de Evil Dead y las adaptaciones de Spiderman de principios de los dosmiles, pero mi cerebro funciona de maneras particulares y nunca me había fijado realmente en Sam Raimi hasta que vi Doctor Strange en el Multiverso de la Locura. Para mí, esa es la última buena película de Marvel, y sí, he visto Guardianes de la Galaxia 3. Esa película me descubrió realmente a Sam Raimi, y decirlo hace que me sienta como quien dice haber conocido a Radiohead porque escuchó Creep al principio de Guardianes de la Galaxia 3.

Como decía antes, había visto las dos primeras películas de Evil Dead hará un par de años, pero tenía la tercera pendiente. La saga Evil Dead me resulta muy particular por cómo va encontrando su voz a cada nueva entrega hasta descubrir que esto es como Los Cazafantasmas: la amenaza es muy seria, pero nuestro héroe es demasiado idiota como para verlo.

No puedo evitar fijarme en aquello que consumo en relación con todo lo demás, y viendo esta tercera entrega de Evil Dead me ha sorprendido ver lo influyente que ha sido en muchos conceptos de los videojuegos: no estoy seguro de que DOOMo Blood o Painkiller o, en fin, que esta obra ha marcado a un montón de shooters, pero más allá de su influencia en otro medio, El Ejército de las Tinieblas es una película que, aunque tenga una trama realmente básica y sin mucho mérito, está dirigida con muchas ganas. A veces da la sensación de que Raimi trata la cámara como un estudiante de cine al que le han dado más dinero de la cuenta, pero más que demostrar lo auteur que es, Raimi aprovecha para moverse, agitar y crear escenas muy dinámicas donde el cámara se lo está pasando de puta madre mientras Ash, un hombre que ha visto mucho y aguantado aún más, se mueve por un mundo de horrores sin sentido y donde aquella idea de que el horror cósmico te hará perder la cabeza se da la vuelta y la locura no es la de un manicomio sino la de los Looney Tunes.Qué otra opción te queda cuando metes a un parguela con una escopeta y una sierra mecánica en la Edad Media.

CALLES DE FUEGO – Los 80 fueron una época de imágenes intensas y música icónica, y Calles de Fuego es intensidad entre lo intenso e iconicidad entre iconos. Una vez más, la trama es más simple que el asa de un cubo: esto viene a ser Streets of Rage, pero igual que en el caso de The Warriors – película que comparte década y director – lo que sostiene al conjunto es el tono, el ambiente. Las vibes, dicho de otra manera.

Calles de Fuego reclama constantemente nuestra atención: si no es con escenas cliperas donde suena un temazo es con un momento de una tremenda fuerza visual. Sí, su protagonista es casi tan indeseable como el villano, pero honestamente creo que nadie ha venido aquí a escuchar lo que esta película tenga que decir. Cada momento llama la atención como si supiera que se va a quedar grabado en la retina, como si el equipo fuera consciente de que están haciendo historia escena a escena, secuencia a secuencia. Las luces de neón reflejan contra los charcos de estas calles abandonadas y crean imágenes espectaculares dirigidas con confianza, sin grandes trucos ni movimientos. Mientras que las anteriores recomendaciones – sobre todo El Ejército de las Tinieblas y Babylon– confían en lo estrafalario, Calles de Fuego se toma muy en serio su exageración: esto es lo que hay. Y lo que hay es genial.

MEMORIES OF MURDER – Se ha dicho antes y se volverá a hablar sobre cómo el thrillerpolicial tiende a caer en lo que se llama copaganda: una presentación excesivamente benevolente y, valga la redundancia, propagandística de la policía donde los cuerpos de seguridad del Estado trabajan de manera eficaz para ayudar al ciudadano y proteger y servir.

Entonces uno ve Memories of Murder.

La cinta está basada en la historia real de un asesino en serie que acabó con las vidas de varias jóvenes a finales de los 80 en Corea del Sur. Como suele ser el caso, se asigna a dos detectives a trabajar en la investigación, pero en vez de iniciar una buddy cop movie o algo al estilo de Se7en donde las energías de ambos policías chocan de manera productiva, Memories of Murder va sobre la incapacidad de llegar a ninguna parte. Los detectives no se hacen amigos. No hay sinergias entre sus métodos. Cada paso que se da sólo revela lo difícil que es llegar al final de este camino. Resulta que no es tan fácil atrapar a un asesino.

Memories of Murder es una película de ambientes densos y pasos lentos, no porque avance despacio sino porque, en la vida real, las cosas no son tan fáciles. Nuestra humanidad se interpone en el camino y los crímenes no los resuelven robots sino personas con sus propias ideas y sentimientos. Las víctimas, sus seres queridos y el entorno mismo en el que se mueven no son mapas y NPCs que esperan para darte pistas sino sujetos viviendo sus vidas y no siempre se llega a un final feliz. A veces el dolor permanece y la vida sigue y ya está, quizá el asesino continúe, quizá la has cagado, quizá has hecho daño a alguien o roto una relación. A día de hoy ya no es tan rompedora porque True Detective y Mindhunter y, en fin, que es una película de 2003 y otras han tomado nota de lo que la hizo tan especial en su momento, pero aun así, Memories of Murder se mantiene como un thriller amargo, uno que pone el foco en otra parte y aprovecha que está basado en hechos reales no para sacar morbo sino para presentar los hechos con una sobriedad a la que no estamos tan acostumbrados.

THE FRENCH DISPATCH – Wes Anderson me cae bien y el pobre no merece que TikTok se llenara hace unos meses de cien mil millones de personas imitando su estilo para que luego sus películas no sean un éxito en taquilla. Dejando a un lado mis rabietas de persona cada vez más vieja, respeto cómo, conforme pasa el tiempo, Anderson parece ser más consciente de que ya ha dicho lo que quería decir al mundo y ahora usa el cine para hablar consigo mismo.

No quiero decir que Wes Anderson sea único y que sólo él crea para sí y que sus películas son las más personales de todas las personas que hacen películas, pero The French Dispatch no es precisamente mainstream. Este relato sobre una revista ficticia es una serie de capítulos inconexos que presentan textos célebres de sus plumas más destacadas: ahora la tragedia de un artista de éxito que creó sus mejores obras en la cárcel, ahora la historia de un grupo de estudiantes revolucionarios, ahora un texto más lírico donde se habla sobre el día a día en una pequeña ciudad. Esta serie de historias crean un caleidoscopio sobre la experiencia humana y, sobre todo, un relato sobre el hecho de observar y aprender, porque The French Dispatch es la celebración de una profesión cada vez más devaluada: el periodismo. Sus historias no pretenden enviar grandes mensajes ni ser una antología de cortometrajes donde Anderson estira las piernas y ve de qué es capaz: en verdad es como leer los distintos artículos de una revista cultural, textos a través de los cuales Anderson celebra a los escritores que descubren y redescubren el mundo, sus recovecos y a los protagonistas de las historias que damos por sentadas. En la era de la IA, la infoxicación y la degradación del periodista como informador, The French Dispatch se erige casi como una elegía a todas las voces que ayudan a dar sentido al mundo y a verlo con ojos curiosos, y su final, en el que la redacción entera se junta para escribir un último gran texto, es un hermoso cierre a una obra que se siente como un ensueño, como una caja que encapsula el amor de un artista a todo un arte.

WHITE LOTUS – Si seguís el podcast Choquejuergas seguramente habréis escuchado a Marta Trivi y Alberto Corona hablar sobre las limitaciones de esta serie a la hora de presentar las diferencias de clase, y aunque coincido en buena parte con lo que dicen, White Lotus me sigue pareciendo una obra muy valiosa.

White Lotus es una historia coral donde, en cada temporada, las vidas de varias personas hospedadas en un hotel de la cadena de lujo del mismo nombre se entrelazan. Las temporadas son independientes y cada una abarca un tema – las formas de poder y control en la primera, el amor como forma de explotación en la segunda – pero mantienen puntos comunes: un gran elenco, una dirección preciosista y una banda sonora fantástica obra de Cristobal Tapia de Veer, a quien aprecio mucho desde que compusiera aquello tan raro que era Utopia.

Sí, al principio ver a un puñado de ricos hablar sobre sus asuntos en un hotel de lujo puede parecer una pérdida de tiempo, pero White Lotus siempre acaba enfilando para capturar a través de estos paréntesis, estas historias que ocurren entre los silencios de historias más grandes, la tristeza y miseria humana, pero no desde una perspectiva individual sino estructural: cómo nos apoyamos y aprovechamos de sistemas mayores que nosotros mismos para hacer daño y salirnos con la nuestra, de que aunque no veamos estos hilos, tiramos de ellos y ejercemos poder y control de manera más o menos consciente.

DRAGONES Y MAZMORRAS: HONOR ENTRE LADRONES – A pesar de que esté hasta las narices de tanto universo cinematográfico, en estos últimos años ha habido unas cuantas adaptaciones que trascienden el mero anuncio y se ejercen como obras dignas en sí mismas. Cuando anunciaron Dragones y Mazmorras: Honor entre Ladronescreía que sería otra cinta al estilo Marvel y que estaría bien, pero sin pasarse, ni frío ni caliente, pichí pichá. Un cinco. Mi sorpresa ha sido encontrarme no sólo con una película que dedica una atención obsesiva al detalle – Lynxreviewer hizo un vídeo detallándolo todo hace apenas unas semanas – sino una obra más que entretenida y con secuencias de acción intrigantes. Sí, buena acción. En una película de Dragones y Mazmorras. A veces pasan cosas buenas.

Tampoco es El Señor de los Anillos, no me malinterpretéis: es una película formularia que sigue las reglas y no pretende romper ni subvertir ni quebrar ni reinventar nada. Tampoco es que lo necesite, porque por simple que parezca, uno tiene que recordar que, a veces, para hacer las cosas bien, todo lo que necesitas es contar una buena historia. Y Dragones y Mazmorras: Honor entre Ladroneslo hace: es Guardianes de la Galaxia con magia y espadas, pero el rifirrafe entre sus protagonistas es divertido, la producción es exquisita y, de verdad, la acción. Cada una plantea una nueva situación y hace usos creativos de las habilidades de sus personajes; hay una escena en la que un paladín lucha contra un agente de la muerte enarbolando una espada bendita y esa es la pelea más aburrida de toda la película, para que nos entendamos.

Sobre todo recomiendo esta película porque siento que llega en un mal momento: hace unos años habría triunfado en DVD y BluRay y tendríamos una secuela garantizada, pero hoy, en el Hollywood de más y más y más y más grande, donde las películas pasan del cine a plataformas de streaming y ahí queda toda la fuente de ingresos, todo lo que tenemos es su rendimiento en cartelera, y tristemente ha sido menos de lo esperado. Es triste que, con tantos proyectos recibiendo luz verde porque el algoritmo así lo dice, una película hecha con tantas ganas y que da tantos buenos momentos quede relegada a segundo plano. Pero, incluso si esto es todo lo que tenemos, al menos tenemos esto, y me sigue pareciendo increíble que haya salido tan bien.

TED LASSO– ¿Sabéis cómo, en la mayoría de historias, existe esta cosa llamada “conflicto” y que sus personajes se debaten con sus demonios y hay roces y la gente cambia lentamente y se pelean entre medias y todo es difícil y esa es la gracia?

Ted Lasso no es esa clase de historia.

Aquí todo sale bien, y con “bien” no quiero decir que los protagonistas ganen, sino que los conflictos se resuelven. La gente aprende y mejora y se piden perdón y continúan y quienes antes se llevaban mal se llevan bien en cuanto explican lo sucedido. En cualquier otra serie esto sería un error garrafal pero, como acabo de decir, Ted Lasso no es esa clase de historia. La premisa ya es en sí misma fantasiosa: una mujer contrata a un entrenador de fútbol americano estudiantil para que lleve un equipo de fútbol en Gran Bretaña con la esperanza de que la cagará y acabará llevándolos a todos a tercera regional. El entrenador, el homónimo Ted Lasso, es un texano de buen corazón que se comporta como si hubiera salido de Barrio Sésamo: espera lo mejor de la gente, es muy cariñoso y cree firmemente que la fuerza de la amistad y el corazón de las cartas pueden con todo.

Lo bonito es que tiene razón.

Ted Lassoes un lavatorio del alma, es una purga del corazón que te hace sentir bien y da esperanzas de que podemos ser mejores y que no todo está perdido. Es una historia bonita. No hay cinismo ni cachondeo: los personajes dicen lo que sienten y la serie se pone a la altura de Ted porque creer y sentir y soñar y la esperanza es bueno. Tantas historias – historias que, por otra parte, yo me gozo – presentan la peor faceta del ser humano y nos exploran en nuestros peores momentos, pero Ted Lasso es esa mano en el hombro, una persona que confía en ti y te lo dice. Y lo crees. Y sonríes. Ver los primeros capítulos y descubrir que va en serio, que esta es una historia sobre como la gente mejora y viven vidas más sanas, es una experiencia entrañable, y la sonrisa que tenía durante esos primeros capítulos, ese calorcito en el corazón que te hace volver a creer en las lecciones de primaria, que si hablas con un abusón él cambiará y será mejor, es algo raro. Madurar es aprender y ver el mundo desde otra perspectiva, pero perdemos algo en el proceso; nos volvemos cínicos y, como decía Flex Mentallo, confundimos realismo con pesimismo. Ted Lasso nos recuerda que la vida no tiene por qué ser así. Sonríe. Todo saldrá bien.

BARRY – OK, suficiente con la bondad. Barry.

Joder.

Barry.

Uno se enfrenta a Barry creyendo que esta es una comedia negra porque, al fin y al cabo, la premisa va de un sicario que un día se cansa de su trabajo y decide que ahora quiere ser actor. Es gracioso, ja ja. Mira cómo me río. No, de verdad, es divertido, Barry tiene momentos de sobra para la comedia y, al fin y al cabo, su protagonista y autor, Bill Hader, sale de Saturday Night Live. Es una premisa graciosa para una serie de sketchestontos, estoy seguro.

No lo estés.

Barryva de un sicario, véase, alguien que mata por dinero. Barry es un asesino. Y, cuanto más avanza la historia, más gente muere a sus manos. Lo que al principio se perfila como una comedia negra resulta ser una exploración de cómo percibimos a la gente, esa imagen que proyectamos de nosotros mismos y si la redención es posible o una mentira que nos repetimos para evitar hundirnos bajo el peso de nuestros errores. Todo eso suena a una historia muy dura, y dura es un rato, pero lo magistral de Barry es que pasa de la comedia al drama con la facilidad de quien pulsa un botón. Sí, hay personajes ridículos y momentos de absurdo y humor, pero la serie nunca confunde tonos y le da a cada acción la gravedad que merece. Barry mata gente. Luego puede haber una escena más ligera donde el profesor finge saber lo que está haciendo y hay alguna ocurrencia incómoda. Pero Barry es un asesino. La gente muere con la distancia de una película de Haneke. El universo de Barry es de un frío polar. A veces, sobre todo al final, el nudo que ata la serie en nuestro cuello es asfixiante.

Si Ted Lasso me gustaba por su irrefrenable optimismo, Barry es una de mis series favoritas por su presentación, y hablo de presentación a todos los niveles. Bill Hader lo hace todo bien: es un protagonista de diez, un guionista brillante y un director muy poco convencional para una serie estadounidense. Su cámara es distante y observa con la misma indiferencia el ridículo y el horror, y su dominio del ritmo nos introduce en este mundo de un contraste constante. Ted Lasso era optimista, pero Barry no tiene paciencia para nadie; a su lado las tribulaciones de Kratos en los nuevos God of War parecen un ejercicio de preescolar. La serie te mira a los ojos y no se desvía. No todos los días ves algo tan directo, tan incisivo. Y es mejor así, porque no podríamos soportarlo.

Comments

MiniNinja7u7

Que paso dayo con el crédito final de Barbie no esta en publico como hago para verlo

dayo

¿No lo ves entre los anteriores posts? Lo he subido, debería figurar...

Muisli

Me hace feliz que hayas amado Barry, me dolió mucho que la prensa y el público general no le haya dado la atención que merecía :(