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Cuando, en Barbie, Barbie sale al mundo real, se encuentra con que su línea de muñecas no ha servido para empoderar a las mujeres sino que, al contrario, las nuevas generaciones la ven como el icono de un arquetipo sexista que ha servido para encasillar y oprimir. Durante todo el metraje de Oppenheimer, Oppenheimer se pregunta si la bomba atómica, con la que espera acabar con todas las guerras, será utilizada en su lugar para acabar con el mundo. Se han– y yo he – hecho muchos chistes sobre el estreno simultáneo de dos películas tan opuestas igual que, hace no tanto, bromeábamos con la salida conjunta de Animal Crossing: New Horizons y DOOM Eternal. Es bonito encontrarse con estos lanzamientos, con el ying y el yang no compitiendo, sino reflejados cada uno en su espacio, invitándonos a reflexionar qué buscamos en el arte, en qué nos fijamos, cuánto de chiste hay cuando los hombres decimos que “una entrada para Barbie, por favor”. Pero, al contrario que con Canela yendo a comprar DOOM Eternal, hay similitudes en esta nueva dupla, en Barbieheimer, ya que hay paralelismos en sus historias sobre la creación, sobre el relato y, por encima de todo, sobre el cine.

Oppenheimeres, a primera vista, la propuesta más elevada: una película de tres horas sobre el nacimiento de la bomba atómica y el posterior juicio, literal y figurado, a su padre. Es una obra histórica que trata los hechos con seriedad y se esfuerza en mostrar la gravedad de este nuevo arma. La secuencia del test en Trinity, sin duda la mejor de la película, es de esos raros momentos donde un cineasta logra captar la Historia desenvolviéndose ante nuestros ojos y convierte una frase de un libro de historia en personas, perspectivas, minutos con sus segundos y, por un instante, incluso si sabemos lo que ocurrió, uno teme si realmente aquí van a hacer que la atmósfera prenda y el mundo entero estalle en llamas. He hablado en otros lugares sobre cómo hay dos lobos dentro de Christopher Nolan: uno hizo Origen y otro Dunkerque. Origen no es una mala película; está llena de asperezas y ‘peros’ y, por supuesto, no es una décima parte de lo imaginativa y onírica que es Paprika, su inspiración directa, pero logra captar la atención del espectador, incluso si por el camino se menosprecia. Nolan necesita hablar, necesita que tengamos claro a qué se refiere porque lo que dice son cosas de persona muy listay él no está seguro de que sea tan inteligente como para explicarse, así que sus diálogos explican y vuelven a explicar y se forma un efecto Dan Brown en el que uno se siente inteligente por los conceptos elevados a pesar de que, en resumidas cuentas, estamos montando en bicicleta con ruedines. Tenetes la peor expresión de este Nolan: uno que se deja llevar por el mood y la conveniencia y seguramente sabe de qué está hablando aunque no termina de entenderlo. Y entonces está el Nolan de Dunkerque: uno más confiado, silencioso, que nos recuerda que está donde está porque sabe contar historias, sabe crear tensión e intriga, porque aunque sus películas sean el equivalente a aquellos X-Men de los dosmiles que iban de negro porque no se atrevían a ser unos frikis en licra de colores, a la hora de la verdad su cine funciona, es un director hábil. No un maestro, no un absoluto referente, pero capaz.

Temía encontrarme con ese primer Nolan, el que hizo Tenet, al ver Oppenheimer, sobre todo porque la película la ves desde fuera y da hasta pereza: una cinta de tres horas sobre un puñado de señores en traje hablando sobre la fisión y la fusión y la explosión y la guerra, con secuencias en blanco y negro y un tono letárgico que parece confundir “seriedad” con “aburrimiento”. Y, antes de seguir, dejemos claro que este no es el caso: Oppenheimer es una buena película que se hace hasta ligera para lo mucho que dura, y la volvería a ver encantado, a ser posible en la sala más grande que pueda encontrar. Aun así, comete aquel pecado habitual en la filmografía de Nolan: esa desconfianza, saber que lo que cuenta es interesante para él, sí, pero ¿lo es para la audiencia? La primera hora de la película se sucede entre insertos de partículas subatómicas, como si el editor chasquease los dedos para evitar que perdamos la concentración, y cada dos escenas llega una que está construida como si fuese un montaje de algo mayor. Igual que con Avatar: El Sentido del Agua, ni siquiera tres horas dan para todo, y quizá es esta edición a veces frenética lo que salva la película, quizá realmente fuese insostenible si sólo viéramos a un puñado de científicos especular con si le llevan ventaja a los nazis, pero las ha habido más pausadas y el mundo no se ha venido abajo.

Barbietambién proyecta una cierta imagen: es la divertida y bobalicona, la vivaracha que sirve para desconectar y echarse unos jajas con los coleguis, la contrapartida alegre a, y entendedme que aquí hablo de prejuicios, el tostón pretencioso de Oppenheimer.

Pero no.

Igual que con la cinta de Nolan, Barbie engaña porque, en efecto, es divertida y bobalicona y vivaracha, pero no sólo lanza ideas igual o incluso más elevadas que Oppenheimersino que su despliegue de creatividad y recursos la superan con creces. Se entra a Barbie con la mentalidad del universo cinematográfico, de la enésima secuela, de que en el mejor de los casos esto funcionará pero no nos va a cambiar la vida, pero su juego con la forma, con la mezcla de socarronería y cine familiar de los noventa y dosmiles, la manera en la que de pronto te suelta un número musical a lo Gene Kelly como si fuese lo más normal del mundo es una inyección de vida y autoría. “Coño, que se podían hacer las cosas bien todo este tiempo.” Igual que Oppenheimer necesita moverse para evitar que sintamos su duración, Barbie simplifica para poner el foco en un par de cosas importantes mientras todo lo demás se deja llevar por la inercia. Los ejecutivos de Mattel aparecen y no hacen demasiado, pero sus intervenciones tienen encanto y están ahí para recordar cómo Barbie es un producto, además de, sí, un evidente lavado de cara a una junta directiva que no hace nada malo, por supuesto. La relación madre-hija en el dúo protagonista recibe un tratamiento igualmente simplón, más basado en los arquetipos ya conocidos que en un desarrollo genuino, pero de nuevo, cuando una hace una película sobre Barbie viniendo al mundo real y Ken instaurando el patriarcado como acto de frustración y apenas tienes dos horas, pues hay que centrarse.

La cuestión es que esta película no la hace cualquiera, no la escribe cualquiera.Greta Gerwig ha demostrado ser una directora fantástica con su Mujercitasy, sobre todo, Ladybird, una película genial sobre una adolescente que está perdida, no deja de cagarla y necesita espacio para entender qué está pasando. Lo que se conoce como “adolescencia”. Viniendo de donde viene, y con Noah Baumbach, cineasta con unas cuantas películas sobre vínculos rotos y personajes verdaderamente insufribles a través de los cuales explora las complejidades de las relaciones sociales, coescribiendo, pues uno espera una granada de mano.

Barbie no es una granada de mano.

Pero tampoco lo iba a ser. En ningún universo Mattel iba a contratar a nadie para que hiciese una película verdaderamente crítica con las estructuras patriarcales y capitalistas que mantienen a la población en general y a las mujeres en concreto oprimidos. Jamás, ni en un millón de años, y menos ahora que las empresas tienen incluso más poder, íbamos a salir de la sala queriendo prender fuego a las calles igual que tampoco íbamos a salir de Oppenheimerpreguntándonos si el relato sobre quién y cómo ganó la Segunda Guerra Mundial es tan correcto como esperábamos, sobre todo porque Nolan no es ni la mitad de ácido que Gerwig y Baumbach. Ambas cintas tienen su techo, pero a su vez ambas son conscientes de esto y encuentran maneras de moverse para contar la historia que quieren y como quieren. Oppenheimer, tristemente, es una cinta poco curiosa con la Historia: la Guerra Civil española, a la que los personajes no paran de referirse, está ahí como podría estar cualquier otro evento dramático, y el posterior interrogatorio para saber si el titular científico era un colaborador soviético no va sobre capitalismo o comunismo sino sobre presentar un desafío a su protagonista. Nolan no es crítico, no de esa manera, pero en su segunda mitad, Oppenheimer cambia de dirección y se convierte en una historia sobre el poder y el egoísmo, sobre cómo el padre de la bomba atómica ve que sus ideas han llevado a un mundo peor, que sus sueños de una destrucción justa eran una ilusión imposible y que, ahora que no hay prisa por ganar, tampoco hay necesidad de escucharle.

El techo de Barbie es, evidentemente, la muñeca misma. La gente tiene que reír y divertirse y querer consumir más producto, así que la cinta enfoca su mirada no a la propia Barbie sino al mundo que la rodea y, sobre todo, a las consumidoras. Es un juego mucho más inteligente porque se nota que Gerwig y Baumbach están básicamente moviéndose en un campo de minas corporativo; lograr que la película hable explícitamente sobre el patriarcado, el empoderamiento femenino y la sororidad,que tantísimas mujeres en todas partes la estén viendo y encuentren un refugio común, sin que en ningún momento deje de ser una cinta bobalicona sobre un idiota que cree que el patriarcado va sobre caballos, es todo un logro. Porque, aunque los haya que, por supuesto, intentan juzgar si Barbie es woke – lo es – en realidad es una película muy suave y con un mensaje optimista y acogedor. Casi parece una introducción al feminismo moderno, y aunque eso le haya valido unas cuantas críticas, lo siento un poco injusto precisamente porque, siendo lo que es, una obra venida de un producto, espero bastante menos que de esta exploración de una figura histórica que nadie había pedido.Además, y repito, cumple su trabajo, y en esto me remito a las miles de mujeres que hablan sobre esta obra como una catarsis. Todo esto ha salido de una película sobre una muñeca.

En todo caso deberíamos estar fijándonos en si Nolan es lo suficientemente críticocon la manera en que los EE.UU. estaban dispuestos a mirar a otro lado a la hora de contar con fascistas pero montó un cordón sanitario con los comunistas – no – o si cuestiona las decisiones de su protagonista cuando se convierte en un gato y dice “bombardeen Japón” como si eso fuese a solucionarlo todo – no – o si lidia de manera directa con las ideas de fascismo y cómo algunos remanentes de la ideología se infiltraron terminada la segunda guerra mundial de tal modo que, incluso si vencieran a los nazis, su espíritu aún seguía por ahí – no –. Que tampoco voy a decir que Oppenheimer sea totalmente acrítica:la película repito que va sobre la destrucción, a todos los niveles, que trajo la bomba atómica, pero tratándose de hechos históricos y que dudo que ninguna marca esté intentando vendernos a Fat Man y Little Boy, creo que el techo de qué se podría plantear y criticar está bastante más elevado.

Aun así, con sus limitaciones – más o menos comprensibles – ambas cintas comparten un último punto, porque como diría Martin Scorsese, son cine. Seré directo: estoy hasta las narices de los universos cinematográficos. Ya lo estaba cuando fui a ver Quantummania y esa fue la gota que colmó el vaso. No, Guardianes de la Galaxia 3 no es una excepción, y sí, me puedes reclamar todo lo que quieras que a los directores les dan una unidad de libertad creativa y que esto es cine palomitero y todo lo que quieras decir, pero estoy hasta las pelotas. Estoy harto de que todas las películas sean la misma, de que las decisiones más básicas, algo como poner una escena de sexo en The Eternals, pueda ser controvertido, que estemos tan sedientos por algo diferente que la gente se agarre a The Batman o Joker, que todo el rato sean rostros rejuvenecidos por CGI y los mismos personajes con las mismas formas y los mismos finales y todo como parte de un plan a diez años vista. Amo el cine, pero me cansa ir a ver Indiana Jones y el Dial del Destino y que la conclusión sea “pues no está mal”. ¿Misión Imposible: Sentencia Mortal: Parte 1? “Pues no está mal”. Todo “no está mal”, salvo Tenet, que directamente está mal, pero entonces llegan estas dos películas y se ve que hay gente tomando decisiones, arriesgándose en pos de una visión creativa, artistas que te apuñalarán en la tráquea en cuanto susurres las palabras “inteligencia artificial”.

No es que el cine de hoy día sea malo: cada año salen obras fantásticas, y hace no tanto hemos tenido Across the Spiderverse, por poner un ejemplo, pero cada vez espero menos de los grandes estrenos, esos blockbuster que todo el mundo espera. Y sin embargo, aquí las tenemos, dos películas que se comprometen y son el resultado de la entrega de sus equipos, que no han sido hechas por comité sino por seres humanos, porque hay mucho de Gerwig y Baumbach en Barbie igual que hay mucho de Nolan en Oppenheimer. Cambia a los directores y el resultado cambia por completo, e ir a una sala de cine y ver el test de Trinidad, el discurso post-Hiroshima y Nagasaki, ver a la esposa de Oppenheimer torear a los fiscales, el anuncio de la Barbie depresiva, la jodida Mojo Dojo Casa House.

Hay vida.

Por estas venas corre sangre. Y ambas se han convertido en las mayores películas del verano, con Barbie de camino a convertirse en la película del año. Es un mensaje potente: una película sobre una muñeca para niñas y el biopicde un científico se han convertido en más que un estreno. Son un evento. Recuerdo, hace muchos años, oír que había escepticismo con Gladiator porque los directivos creían que ya no se llevaba el cine histórico, y no es que el público hubiera perdido el interés en esas películas: es que las películas no eran buenas. Décadas más tarde, Mattel vuelve a malinterpretar el mensaje y ahora han anunciado que van a hacer, cómo no, que alguien me mate, un universo cinematográfico de todas sus propiedades, y a la vez que es tristísimo ver cómo la gente que toma decisiones no sabe fijarse en lo que importa, también es bonito ver algo así, una sorpresa. Fuera de un estreno de Marvel o DC, no recuerdo la última vez que he visto una sala llena. Es bonito ver a la gente ir de rosa a ver Barbie, porque no es cuestión de la marca ni las tendencias ni nada. El público no es idiota, el público quiere buen cine, quiere disfrutar y que nos hagan pensar y entender y entendernos, y ojalá esa fuera la lección para los ejecutivos de Mattel. Pero no, habrá otra fiebre del oro a ver cuál es la siguiente Barbie, cómo se replica Barbieheimer. Entre medias me queda este consuelo: que no sólo se sigue haciendo buen cine mainstream, sino que, si lo preparas, si le das una buena oportunidad, la gente vendrá.

Comments

Pablo Rodríguez Beltrán

Muy buen análisis. Esperanza pero advierto. Eche de menos la versión audio, es un gustazo escuchar esto y la vida no me suele dejar tiempo para leer. Igualmente muchas gracias por el trabajo!

dayo

Gracias! Sobre la versión audio, lo entiendo. A mí también ne gusta añadirlo, pero estos últimos textos no la tienen por motivos de presupuesto y tiempo.

El Maxi

Ayer vi ambas peliculas porque justo fue un dia sin hijos y mi señora y yo teniamos que aprovechar. Y de verdad... la primera hora de Openhaimmer es Openhaimmer en perico, mierda! Es abrumador el ritmo, los cortes, los saltos y todas las cosas que te cuentan. Lo ironico es que pasa la primera hora y parece que no te hubieran contado realmente nada realmente importante para la trama. Creo que peca de contarte demasiadas cosas que no son relevantes, como lo de la manzana, o que la esposa es alcoholica, o que esta muchacha se suicida (o la suicidan)... No se... Tal vez en una miniseria habria tenido mas sentido o si le hubieran bajado al redbull. Disculpa la falta de tildes, no se donde coño estan en este teclado! PD 2: Despues termino de leerlo, lo deje a la mitad, tengo que laborar xD