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Gracias al trabajo de @guillerikko, este texto tiene opción de "audiolibro".

Colorfules una película particular. Su protagonista es un miserable; el tío ha muerto, no se sabe cómo ni por qué, y el Cielo o quien quiera que esté ahí arriba decide darle una segunda oportunidad para reencarnarse en un cuerpo anónimo. Ahora en el cuerpo de un chaval de 14 años que intentó suicidarse, y sin recordar nada de su vida anterior, su decisión es desperdiciarla. Se porta fatal con todo el mundo, insulta a su madre, dan ganas de agarrarle por los tobillos y estamparlo contra la pared como si fuera un calcetín. Al final de la película se revela qué había ocurrido, y spoilers. No, en serio, spoilers: el protagonista se ha reencarnado en su propio cuerpo. Es el chaval de 14 años que intentó suicidarse. Al ver su vida desde fuera, él y el espectador conectamos y nos damos cuenta de todo aquello en lo que antes no había reparado, en esas pequeñas cosas que hacen de la vida algo digno de ser vivido, en toda la gente que le rodeaba y no había visto. Odiaba Colorful, pero su final casi me arrancó una lágrima al resignificar todo lo que habíamos visto. Ahora tenía sentido.

Entonces llega El Juego del Calamar.

No daba nada por esta serie, pero aquí estoy, que me la he tragado con gusto y pienso en su banda sonora porque, vamos a ver, cómo no me voy a encariñar con estos ululares. La serie también tiene su punto, y se presenta como una crítica feroz a las ideas del capitalismo y la meritocracia. Te lo echa tan en cara que hasta parece exagerado: uno de sus personajes, Sang-woo, el número 218, habla en frases de enterpreneur. Lo mide todo en términos de victorias y derrotas y finge, miente, manipula y pisotea a quien haga falta para escalar. Cuando alguien muere, nunca es su culpa; esa persona ya iba a morir, hizo lo que tenía que hacer y etcétera. El protagonista, Gi-hun, es el último en todo: su número es el 456 de 456 participantes, y la vida no es tanto que le dé patadas como que le tiene en el suelo mientras el mundo pasa sobre él. No vale para nada y ni siquiera tiene cabeza como para hacer un regalo decente a su hija. Es, a todas luces, un despojo de la sociedad.

Para los cinco que no sepáis de qué va El Juego del Calamar, este es un death game en el que los participantes compiten en juegos infantiles como el escondite inglés, salvo que si pierdes en el juego, te pegan un tiro en la vida real. Si más de la mitad de los participantes se ponen de acuerdo, el juego termina, pero cada nueva muerte añade 100 millones de wones (72.762€ al cambio) al lote. Es un cubo de cangrejos, la dinámica feroz del libre mercado: esta gente podría abandonar el juego, pero si están aquí es porque no tienen nada más. Podrían volver a casa, pero también a sus deudas impagables. Podrían vivir hoy para ser desahuciados mañana. Si se retiran, la familia de cada uno de los perdedores recibirá los 100 millones de wones, pero ellos se irán sin nada. El embudo les lleva a matarse, porque sólo un candidato puede llevarse el premio. ¿Y todo por qué? Porque un puñado de milmillonarios quieren divertirse. Es demasiado cruel y evidente: estas personas podrían invertir su fortuna en ayudar a estas pobres almas en desgracia, pero para qué ir a lo fácil cuando pueden sacar un espectáculo grotesco. La clase baja, así, se convierte en una cifra, en animales que juegan para deleite de quienes tienen. Total, si mueren nadie les va a echar de menos. La serie fluye reforzando una y otra vez estas ideas de un sistema que existe por conveniencia de unos pocos: los jugadores se traicionan y aprovechan los tiempos muertos entre partida y partida para asesinar a quienes ven como oposición, las fuerzas del orden aprovechan su estatus para traficar y sacar rédito mientras sus identidades se ven borradas, el director del juego se ampara en la idea de la “igualdad”, que esta gente ha venido aquí por voluntad propia, para excusar las atrocidades que ocurren porque él así lo ha querido. La máquina del capital tritura y devora a sujetos con identidad y sueños, y algunos cruzan la línea hasta el punto de ver que da igual cuánto dinero ganen, lo que han perdido por el camino jamás lo podrán recuperar. En un punto de inflexión, Gi-hun, que con todo lo lerdo que es al menos tiene buen corazón y una cierta inocencia, acaba engañando a un pobre anciano para que le deje ganar. Al viejo le ejecutan de un disparo en la cabeza. La humanidad se desvanece por una montaña de billetes.

Y entonces llega el final.

Spoiler.

Por supuesto, Gi-hun gana el juego del calamar y se lleva todo el dinero, pero no sabe qué hacer con él. No puede resucitar a la gente que ha conocido. No puede cambiar la persona que es. Pasa un año y apenas gasta nada, y entonces recibe un mensaje de los organizadores. Va a la habitación de un rascacielos a reunirse con la persona detrás de todo esto.

Era el viejo de las canicas.

Aquí es cuando El Juego del Calamar se viene abajo. Resulta que el pobre ancianito, Oh Il-nam, era milmillonario y tenía tanto dinero que la vida había perdido sentido. Se aburría, veréis. Así que ideó todo esto para entretenerse, porque así él y sus otros amigos milmillonarios al fin tendrían algo que esperar, algo nuevo con lo que disfrutar la vida. Por eso Il-nam participa, porque quería gozar una última vez antes de morir, y mientras un emotivo piano busca hacernos sentir con sus notas, vemos a ese pobre viejito milmillonario hablar con su subalterno, diciendo que se encargue de todo porque él va a seguir jugando porque, en sus palabras, “verlo no puede ser más divertido que jugar tú mismo”.

Anda, irse a la mierda un rato.

Que conste en acta: no digo que esté mal que Il-nam crea en lo que dice. Para mí el derrape llega cuando la serie busca que simpaticemos con él y digamos “ay, pero pobrecico mío”, y no. El juego del calamar, el juego y no la serie, existe porque él así lo ha querido, y él pone las reglas. Es él quien decide que la gente muera cuando pierde. Es él quien quita las salvaguardas para que los jugadores puedan matarse entre partida y partida. Llegado un momento, el supervisor dice que, ante todo, lo más importante en el juego es mantener la igualdad, pero entonces llega la penúltima prueba: los jugadores deben cruzar un pasillo de cristal, y si pisan el cristal incorrecto, caerán al vacío. Uno de los jugadores resulta ser cristalero y puede ver la diferencia entre qué cristal se rompe y cuál no, pero cuando el supervisor descubre esto, apaga las luces para que no puedan diferenciar. Si podía haber un mínimo de habilidad en esta prueba, acaba de desaparecer, y ahora la única manera de superarla es siendo el último para recorrer el camino que tus compañeros han trazado con sus vidas. Caretas fuera: lo que quieren es ver a gente morir mientras ríen y apuestan a ver cuál sobrevive. Los otros milmillonarios son descritos como borrachos y pervertidos, y uno de ellos acosa sexualmente a los camareros. Y cuando Il-nam pierde un juego, parece ser que las reglas no se le aplican, porque no le matan sino que pegan un tiro al aire en cuanto Gi-hun dobla la esquina. Hay reglas distintas para los ricos y para los pobres, por supuesto, pero pobre Il-nam, que sólo quería disfrutar de un juego donde siempre estaría a salvo. Pobrecico mío.

Por supuesto, Gi-hun tampoco ayuda a nadie con su dinero. Lo tiene y retiene, y a pesar de que sus amigos le importaban, no hace mucho por descubrir quiénes eran o ayudar a sus familias. A lo largo de la serie nuestra perspectiva sobre estos personajes barriobajeros cambia: Gi-hun empieza siendo un despojo, pero a estas alturas entendemos que siempre ha sido una persona. Tiene miedos, ideas, esperanzas. Se ha puesto el foco en la identidad de las clases bajas, pero ahora ahí está, con sus millones sin usar, otro rico más que no sabe qué hacer con tanta pasta.

El Juego del Calamar empieza bien y termina estampándose porque se deja llevar por la emoción fácil y el giro por el giro. La historia queda abierta a una segunda temporada, así que todos podremos ser cómplices una vez más de este juego mortal. Qué ilusión. Otra vez los pobres matándose, menudo gozo. Cuántos rostros más de pobres desgraciados por los que fingir interés hasta que mueran, y entonces viene el siguiente. Me pregunto si esta vez blanquearán al pobre supervisor, que sólo se asegura de que todo vaya bien y ejecuta in situa cualquiera que se salte las reglas lo más mínimo. El capitalismo es una mierda, pero mejor no busquemos culpables. No pensemos en cómo esta serie pertenece a una compañía multinacional que está acaparando la producción cultural en todo el mundo. Piensa en cuál podría ser el próximo juego. Quizá en la segunda temporada jueguen al pilla-pilla.

Comments

Anonymous

Apure el ultimo capitulo para leer esta critica, toda la razón y eso que hasta el capitulo 6 solo podía tirarle flores, pero lo del viejo jode mucho, pero me jode mas que quedara abierto lo del hermano del policía y que jodan al protagonista buscando venganza (en vez de darle por fin un buen regalo a su hija) para una jodida segunda temporada, que poca necesidad.

Pablo Rodríguez Beltrán

Buena reflexión. A mi también me jodio el final, rompe muchos de los temas que había planteado la serie. Por cierto, para cuando vuelven los podcast domingueros con Sakura?

dayo

Tenemos que ponernos a ello. Volver de vacaciones ha sido raro y ahora cada finde ocurre algo. Pero volverá! Tenemos ganas