Pensamientos sueltos sobre los Game Awards (Patreon)
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Entré a la prensa del videojuego pensando que todo era un posible, que entraba en un paradigma infinitamente maleable y que, de aquí en adelante, libraría una guerra por ejercer un cambio. Con el tiempo me he ido dando cuenta de que sí, hay frentes, y sí, aún insisto en ser ese cambio que quiero ver en el mundo, o como quiera que vaya aquél dicho, pero no todas las guerras se libran en los mismos frentes. Hace siete años hice un vídeo hablando sobre cómo, pues bueno, “los [Video Game Awards] no son la solución”. En cierto sentido lo hacía con esa esperanza de cambio, de poder plantar una semilla que llevase a que los VGAs no fuesen vistos como más que una serie de tráilers interrumpidos por premios sin valor. Creía que podía construirse algo nuevo.
Ayer fueron los Game Awards. La gente prestó atención. Yo vi la mitad de la gala.
Hoy se habla sobre los resultados. El GOTY. Team Elly vs. Team Abby.
No hubo tráiler de Elden Ring.
No digo que me rinda en mi empeño: los Game Awards son una feria de videojuegos disfrazada de gala de premios. Me sigue pareciendo una pena que el mayor festival de premios de todo el medio, por mucho que desee celebrar el videojuego, se limite a venderlo.
Pero es lo que toca.
Negarlo es cerrar los ojos a la realidad: los Game Awards son relevantes. Importan. Quién se lleva el GOTY importa. La industria presta atención. Es un evento visto. Si había una guerra, se ha perdido.
Eso, por supuesto, no quita que no se pueda hacer un análisis, porque si los Game Awards triunfan (y, admitámoslo, triunfan), es porque apelan a algo. Son un reflejo del videojuego moderno, y no cambiarán si no cambia antes el paisaje. En su vídeo sobre loss, Hbomberguy decía que parte del desprecio de la comunidad hacia Ctrl+Alt+Del se debe a que era un reflejo honesto de la actitud gamer, y a la gente no le gustó verse reflejada en ese espejo. Así, había que distanciarse, humillar a CAD, decir que loss era algo patético, que “no nos representa”. Siento que, en cierta medida, ocurre lo mismo con los Game Awards: por mucho que renunciemos, ahí estamos. Ahí estoy, y honestamente no estoy muy seguro de que la gala tuviera tanto seguimiento si no hubiera una primicia mundial cada cinco minutos. No seguimos los BAFTA, no seguimos Fun & Serious y a nadie le importa quién recibe un premio de IGDA o DICE o cualquier otra organización. Ni siquiera aparecen en el radar mainstream; pertenecen a los círculos de la misma gente que ve charlas de la GDC y busca novedades en Itch.io.
Aún hay gente que siente animadversión hacia Geoff Keighley. En cierto sentido lo entiendo; tantos memes nos llevan al límite, un “sí” o “no” más gritado que dicho, y tampoco es que Keighley haga tanto fuera de los Game Awards como para que repasemos nuestra opinión sobre él. Su imagen, rodeado de Doritos y Mountain Dew, permanece congelada porque cada vez que aparece, lo hace dentro del mismo esquema: presentando juegos, vendiendo juegos, “publicista” y no “periodista”.
Pero doritogatefue hace ocho años.
Hace ya mucho que Keighley ha abandonado toda pretensión de ser periodista, y no es su culpa querer hacer un evento atractivo. No es su culpa querer algo más que ser siempre un periodista de videojuegos; ahora seguro que vive bien, en una casa bien linda y con dinero en la cuenta corriente. Pero Geoff Keighley es otro loss: creo firmemente que él quiere lo mejor para el videojuego. El problema es que ver qué significa eso acaba disgustando, porque el videojuego, por mucho que haya progresado (y ha habido progreso), sigue encerrado en los mismos límites. Sigue atrapado, atado a una cultura que le niega la oportunidad de crecer. En mi chat había gente riéndose porque, en un tráiler, un personaje tuviera una camiseta donde ponía “Black Trans Lives Matter”. Luego llegan, por supuesto, las discusiones sobre Ellie y Abby, The Last of Us 2 como vector de qué se ha perdido (¿se ha perdido algo?) por “conceder” el videojuego a los social justice Warriors, Ghost of Tsushima y su imagen falsa del samurái, su perspectiva tradicionalista y sosa del Japón feudal, su historia sobre “recuperar lo que es nuestro”, como vector de, en fin, el gamer.
El videojuego ya tiene su festival de Cannes. Ya tiene su festival de Venecia.
Pero no estamos prestando atención.
Porque no queremos.
Queremos los Game Awards pero nos avergüenza admitirlo; querríamos poder degustar un buen vino, pero no, somos de Coca-Cola, hamburguesa del McDonald’s y comer en pijama. Esto son los videojuegos. Keighley quiere hacer un evento que apele al grueso de la comunidad, y la comunidad lo que quiere es esto. Quiere tráilers, quiere primicias mundiales y quiere atrincherarse para discutir sobre el GOTY.
El problema no son los Game Awards. Es la cultura del videojuego que los rodea.Os invito a repasar galas de hace cinco, seis años: el panorama es distinto. Ayer se hablaba de diversidad, de nuevas perspectivas; Troy Baker salió a hablar sobre la importancia de Future Days en The Last of Us II y cómo Neil Druckmann añadió partes de su vida, de la vida de Ashley Johnson, para aquella escena del museo y los astronautas. Tenía los ojos vidriosos. Y que sí, luego hubo otra WORLD PREMIERE y otro teaser y otro anuncio sobre discos duros o yo qué sé qué. Pero estaba ese intento de honestidad y aprecio, del videojuego como parte de nuestras vidas. Y a la gente le daba igual.
Quizá sea hora de empezar a comprender, mirar más allá de la forma y hacia el fondo. Porque sí, hay mucho que falla en los Game Awards. Una gala de premios debería ser una celebración del videojuego que tenemos hoy, no una venta para generar hype sobre qué vendrá mañana. Las categorías no deberían parecer un catálogo de Amazon para que sepas qué juego comprarte según quieras un título de acción, rol o aventuras. Pero cambia sólo la gala y la gala deja de ser relevante. El mayor esfuerzo del videojuego mainstream por ser artístico, por ser honesto, humano, próximo, por premiarse, llega a esto. ¿Y qué significa, hacia dónde nos lleva? Cerrar los ojos a esta realidad sólo nos hará seguir dando vueltas: ahondemos en dónde está el videojuego, en la causa de esta mentalidad.
Hacer lo contrario será ocultar la basura bajo el sofá.