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Entre los borrachos del pueblo, Heusebio había escuchado rumores no muy buenos de su Nieto Noe, rumores que cada día iban en aumento y aquejaban su mente y corazón.

“No Don Heusebio, le juro por esta que no miento”, decía aquel hombre mientras Heusebio lo sometía contra el suelo. “No es un chisme, yo mismo vi cuando el Pepe se lo estaba cogiendo, allá arriba, en el monte”, decía aquel individuo quien sentía que moriría en manos de aquel enfurecido anciano.

“Ni tu ni nadie va a enlodar el orgullo de mi familia”, respondió Heusebio mientras con su machete atravesaba el cuerpo de aquel, que inicio los rumores. “Muerto el perro, se acaba la rabia” le decía aquel cuerpo tendido en el suelo sin vida.

Heusebio después de deshacerse de aquel “Imbécil”, se dirigió hacia la casa de Pepe, hablaría con el de los rumores, le sacaría la verdad a como diera lugar, y si había que silenciarlo, pues no importa, al fin y al cabo, solo será uno más para la noche. 

Y así oculto entre la espesa yerba, cavilaba el viejo, de ser cierto que haría, como reaccionaria, “no, no es imposible”, se repetía así mismo. Y lentamente anduvo el camino hasta llegar a aquella casa, la oscuridad lo envolvía casi todo… casi todo.

Una ventana iluminaba la oscuridad dentro de aquella casa, dejando escapar entre sus cortinas, un hilo de luz atrayente, el cual condujo al pobre anciano a la escena que jamás olvidaría en su vida.

Ahí sometido contra la pared estaba su nieto, desnudo, jadeante, retorciéndose cual mujer contra su hombre.

Los puños del abuelo se apretaron con fuerza mientras veía la escena, su mente no lo podía aceptar, su corazón no lo quería creer. Una lagrima corrió por su mejilla. Su nieto, su amado nieto, aquel que era la luz de su vida, termino así, gimiendo de placer, dominado por otro macho.

Entonces sintió como la fuerza se le iba de las manos, la impresión de aquella escena había sido fuerte para el corazón de aquel que amo con fervor.

El machete que traía en su mano cayo, haciendo un ruido entre las yerbas, alertando al dragón rojo, el cual se apuró rápidamente a ver hacia afuera.

“Eh? ¿Que pasa?” pregunto Noe.

“Nada, me pareció escuchar algo, pero solo fue el viento supongo”, contesto Pepe, y dándole un beso lo tomo por la cintura, para después someterlo nuevamente contra la pared y penetrarlo completamente.

Los gritos y jadeos de placer llegaban hasta los oídos del abuelo, el cual escondido tras aquel árbol, sentía como el orgullo de su familia había sido destruido. 

La ira, la vergüenza y el dolor se revolvían en sus entrañas.

“Ahora lo entiendo todo”, pensaba mientras lloraba, “por eso tu padre te caso a la fuerza mijo, por eso te emborrachas cada noche, por eso no llegas a casa, su vida es una miserable mentira”.

Heusebio camino lentamente de regreso al pueblo.

“Quihubo, lo encontraste” le pregunto doña Amalia, quien lo esperaba en la puerta preocupada, y al verlo lleno de sangre corrió a su lado, “Pos que te paso Heusebio, mira como bienes”, la vieja llorando comenzó a revisar a su esposo, “pos que hiciste Heusebio, que hiciste” decía mientras lloraba y veía aquel robusto hombre llorar, tragándose el dolor y dejándolo para si mismo, aquella bella anciana no tenía para que sufrir con lo que el ahora sabia, el secreto de aquella noche, lo guardaría para sí, y el mismo se encargaría de cubrir a su nieto tanto como podría, porque después de tanto pensar, esa fue a la única respuesta a la que llego.

“Sea lo que sea, yo amo a mi nieto, y pues su gusto es y quien se lo quitara” pensó, entonces sonrió entre lágrimas, “Nada mi amor, vámonos a dormir, vengo cansado” le dijo a su mujer, tomándola de la mano y llevándola devuelta a casa.

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